Venganza fatal

Era amante de Pablo Escobar y fue novia de uno de los sicarios más sangrientos

Medía 1.85 y tenía ojos verdes. Sufrió una terrible represalia.

QPS Internacional

Wendy Chavarriaga Gil medía 1,85 metros y tenía ojos verdes. Fue la única mujer que hizo tambalear el matrimonio de Escobar. Pero infringió una regla de oro del narco más famoso y sufrió una terrible represalia. Quiso revancha y conquistó a Popeye, un temible asesino. La lucha entre la lealtad y el amor y un triángulo amoroso que terminó con dos balazos.

El primer encuentro duró sólo 25 minutos, suficientes para enamorar al narco. Wendy fue, dicen, la única que hizo tambalear el matrimonio con Henao, que relata este affaire de Escobar en el capítulo de su libro, titulado "Las mujeres de Pablo". La viuda admite que "Pablo no contaba con que su invitada llegaría con un cuerpo espectacular".

Quizás porque la había seducido por su cuenta, Escobar se entusiasmó con Wendy más que con el resto de sus amantes. "Soy un campeón", se jactaba de su conquista delante de sus amigos. De a poco, Wendy comenzó a ejercer una sutil influencia sobre él. Y la primera muestra del poder que empezaba a manifestar fue cuando mandó a redecorar las oficinas de Pablo.

El triángulo entre Pablo, Victoria y Wendy funcionaba sin sobresaltos. Pero los límites por donde se movían las mujeres siempre los trazaba el jefe narco. Escobar no se pensaba divorciar de su esposa: era la madre de sus hijos. Tenía a Juan Pablo, de seis años, y esperaba a Manuela, luego que Victoria se sometiera a un costoso tratamiento de fertilidad. En el espacio que existía para sus amantes había, sin embargo, una prohibición tajante. Un mandamiento de oro. Un pecado que no perdonaría. No podían quedar embarazadas. Y Wendy desoyó ese mandato.

Durante horas parecieron ser los amantes de siempre. Hasta que Escobar se deshizo del abrazo y llamó a sus hombres. Allí estaban algunos de quienes gozaban mayor confianza: Yeison, La Yuca, Carlos Negro y Pasquín. Entre los cuatro la sujetaron con fuerza y un enfermero le inyectó un sedante.

Cuando Wendy despertó, a su lado estaba Pablo Escobar con el rostro pétreo. La rodeaban las espantosas pruebas del sometimiento que había sufrido. Vio sangre sin limpiar sobre la cama y se dobló por el agudo dolor que sentía en su vientre. El narco, el hombre que fue dueño de la vida y la muerte de miles en Colombia, también fue el propietario de sus sueños. "Te lo saqué", le dijo con frialdad.

Wendy juró venganza. Dispuesta a todo, Wendy fue a buscar a Popeye, el apodo de Jhon Jairo Velásquez Vásquez. Sabía los lugares que frecuentaba y no le fue difícil hallarlo en un boliche de moda de Medellín. Tampoco tuvo problemas en seducirlo. Fueron a un departamento que Escobar le había comprado a Wendy cuando eran amantes. A Popeye el corazón le saltaba del pecho. El soldado hizo el amor en la cama de su general. Pero cuando llegó el día y la temperatura bajó, la lealtad de Popeye pudo más que el flechazo intempestivo. Wendy, segura del poder de su belleza, subestimó la fuerza que puede tener el miedo.

Cada movimiento de la pareja fue seguido por Escobar. Intervino el teléfono de su ex amante. Y descubrió, como preveía, que Wendy usaba a Popeye para vengarse de él. Cuando reunió las pruebas, mandó llamar a Velásquez Vásquez.

La sentencia de muerte de Wendy acababa de ser firmada.

Popeye citó a Wendy en un lujoso restaurante de Medellín. Había asesinado con sus propias manos a tres mil personas. Pero no pudo apretar el gatillo contra esa mujer de 28 años. "La amaba demasiado", confesó años después. Envió a dos hombres para hacer el trabajo sucio. La orden era primero usar un revólver y luego rematarla con una pistola. Sabrían que el momento para actuar llegaría cuando la vieran ponerse de pie y dirigirse hacia el teléfono del lugar.

El sicario llamó al restaurante desde un teléfono fijo (no era época de celulares aún) ubicado a media cuadra del lugar y preguntó por ella. Escuchó al mozo decir su nombre y se quedó pegado al auricular. Oyó el taconeo de la mujer acercarse. También dos disparos. Y el grito ahogado de Wendy. "Quería oírla morir, porque yo me sentí pequeño, usado, idiota", contó después.

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